Más allá del alba, vuelan al aire los pies. Preocúpese de usted mismo ya que es el único que puede montar al columpio, no hay nadie junto a usted. Para subir, agarre firmemente las sogas con las palmas (estas últimas se tensan desde lo más alto de un árbol, allá donde ningún mocoso pueda desatarlas) y siéntese en el tablón con la espalada recta y las pompas ligeramente salidas hacia atrás. Comience dando un impulso particular desde el suelo hacia atrás, de tal forma que cuando se balancee hacia adelante estire los pies y cuando regrese los recoja como un feto, impidiendo la fricción con el aire. Inhale suavemente, no sea que pierda el equilibrio y caiga estrepitosamente y llore como un niño ahogándose en una piscina. Una vez después de idas y venidas, para saltar, lleve un sueño a la mente y cierre los ojos. No tenga miedo, sueñe con una patata azul o con esa mujer de vestido rojo la cual nunca besó. En últimas, en el vaivén de la vida, en la brisa cortante del aire, justo al borde del abismo, salte; arriésguese con las puntas alargadas, pise con ambos talones formando un ángulo recto y estire los brazos en señal de victoria. ¿Qué más que aquello? La angustia del salto, una mirada lenta y vaga a lo profundo del vacío, la destrucción del mundo previamente soñado. Abra los ojos antes de que alguien lo vea, si lo ven, vuelva a intentarlo.
Homenaje a Julio Cortázar
Por: Juan Camilo Chaves
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